martes, 18 de febrero de 2014

LOS MISMOS, SIEMPRE LOS MISMOS


La estrategia de contraataque informativo en la que se trata de justificar la actuación policial española contra un grupo de inmigrantes subsaharianos que intentaron cruzar por Ceuta y en el que perdieron la vida unas 15 personas, continúa intensificándose, aprovechando que el tema está en la opinión pública.

Hoy, y seguramente en los próximos días, cada vez más portadas se dedicarán a este drama humano refiriéndose a las migraciones en términos de “invasión”, “avalancha”, “masiva”, “presión migratoria”, “asaltar”, “desbordada”, “alud”, etc., y presentando imágenes que alimenten ese discurso para preocupar a la ciudadanía.

Pese a la crisis. Pese a que las estadísticas digan que se va más población de España de la que entra. Pese a que la inmigración no es una preocupación de los españoles (el desempleo, la corrupción, el fraude, los problemas económicos, los políticos y partidos, la sanidad, educación y los recortes copan los primeros lugares de preocupación según los datos del CIS), da igual: continúan los esfuerzos por hacer parecer a los movimientos migratorios y a las personas que migran como algo dañino para el país, algo que hay que atajar, frenar a como dé lugar cual si fueran una plaga. Y a golpe de titulares sensacionalistas seguramente legislarán recortando aún más los derechos (los pocos que quedan) de los migrantes.

No obstante, hay que matizar. Siempre estos esfuerzos van contra los mismos, los pobres, que deciden migrar como última esperanza aunque haya que cruzar desiertos o mares y dejar la vida por llegar a la meta. Los mismos, siempre los mismos.

Los pobres, esos que aplaudimos cuando se vuelven contra su gobierno y protestan en sus países. Esos que nos dan lástima cuando viven en pésimas condiciones de vida, cuando son reprimidos por sus gobiernos o están en campamentos de refugiados en medio de la nada, lejos de nuestras fronteras. Esos a los que damos algún donativo cuando sufren graves tragedias en sus tierras y hasta derramamos alguna lágrima al ver su miseria. ¡Ah! Pero que no se les ocurra migrar y menos a nuestro país porque entonces la cosa cambia. Darles siquiera una cama, una revisión médica cuando están enfermos, o una vacuna ya es mucho pedir. Nuestro país se va a la quiebra por ellos. Contra los migrantes pobres hay que gastar millones y millones de euros en vallas, concertinas, vigilancia, tecnología de punta. Lo que haga falta para frenar a esos migrantes.

A los migrantes ricos ni siquiera se les atribuyen la palabra “migrante”, podrían ofenderse. Esos tienen alfombra roja, esos tienen visado instantáneo, a esos les recibimos con los brazos abiertos. Esos vienen en avión y tienen azafatas de bienvenida en lugar de pelotas de goma apuntándoles a la cabeza. Vamos, ni siquiera a los nuestros que tienen que abandonar el país a buscarse la vida les llamamos migrantes. Esos son aventureros, verdaderos héroes. ¡Ay si otro país los llega a tratar mal! Entonces vociferamos por los derechos humanos. Entonces nos indignamos. Entonces elevamos nuestras quejas a donde tengan que llegar.

¿Hasta cuándo vamos a caer en este juego? ¿hasta cuándo vamos a abrir los ojos y darnos cuenta que detrás de las migraciones es el mismo cuento de siempre, que quienes pagan los platos rotos siempre son los mismos? ¿hasta cuándo vamos, de una vez por todas, a exigir los mismos derechos para todos independientemente del lugar donde haya nacido?

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